23 de mayo de 2013

Sobre la Sociología


      - ¿Qué estudias?
      - Sociología.
      - Ah, eso es muy fácil.
      - ¿Y eso qué es? ¿Para qué sirve?

El diálogo anterior representa los dos escenarios más habituales (según nuestra propia experiencia) a los que se enfrenta un sociólogo cuando le preguntan qué estudia (o a qué se dedica). Entre las explicaciones a este fenómeno, queremos destacar dos.

En primer lugar, la que ilustra Emilio Lamo de Espinosa[1], que es aplicable en mayor o menor medida al conjunto de las ciencias sociales y que tiene que ver la facilidad con que los conceptos de la sociología pasan a formar parte del lenguaje cotidiano. Esta permeabilidad conceptual tiene que ver con el hecho de la reflexividad: los sociólogos estudiamos la sociedad, compuesta por personas; es decir: nos estudiamos, en última instancia, a nosotros mismos. Esto, a efectos prácticos, se traduce en que todo el mundo crea que puede opinar sobre los temas que los sociólogos estudiamos y analizamos, y con ello que se ponga en duda tanto su calidad de ciencia social como su propia utilidad: ¿para qué sirve un sociólogo, si habla de temas de los que todos hablamos?

En segundo lugar queremos señalar una explicación de carácter mucho más coyuntural: el bajo nivel de exigencia que es habitual en la carrera de Sociología (con contadas excepciones entre las que destaca, al parecer, la Universidad Carlos III de Madrid, con pocas plazas, una consiguiente alta nota de corte, cuotas de aprobados, gran carga lectiva, etc.[2]). La baja nota de corte (un cinco, o cerca de un cinco en casi todo el estado) hace que mucha gente entre a Sociología porque la nota no le da para estudiar otra cosa; el bajo nivel de exigencia hace que mucha gente se gradúe sin los conocimientos adecuados[3] y, de cara al exterior, parezca una carrera de segundo nivel. Sociología: ah, eso es muy fácil.
Frente a estas concepciones de la Sociología, queremos dar una serie de argumentos contra-estigmatizadores a favor de nuestra carrera y sus representantes:

La Sociología es una ciencia social compleja, que abarca conocimientos de áreas diversas como son la historia, la economía, la ciencia política, la estadística, la psicología, la demografía, etc.

Esta diversidad inherente a nuestra área de estudio tiende a proporcionarnos una mentalidad abierta, así como la capacidad de realizar estudios transdisciplinares, trabajar con personas de áreas diferentes a la nuestra (antropólogos, economistas, psicólogos…) y emplearnos en puestos de trabajo muy diversos. Por supuesto, esto dependerá del esfuerzo que cada cual emplee en sus estudios.

El hecho mismo de la reflexividad conduce a que, para desarrollar análisis válidos, haya que desplazarse con pies de plomo y huir de los prejuicios que los investigadores, en tanto que personas, tenemos. Es, por tanto, un área de gran complejidad.

Nuestros conocimientos nos permiten, y en muchos casos nos empujan, a realizar una labor social. Creemos que la Sociología bien entendida sólo puede estar al servicio de la sociedad de quien obtiene sus datos e informaciones.

Uno de nuestros objetivos es sacar a la luz dinámicas sociales que, intencionalmente o por su propia estructura, quedan habitualmente ocultas. De este modo, cambiarlas o redirigirlas se hace más fácil. A raíz de esto, y basándonos en las palabras de José Ramón Torregrosa Peris, el sociólogo es el verdadero revolucionario, el que vive por y para cambiar las cosas.

Por todo esto, creemos que los sociólogos hemos de reivindicar credibilidad tanto dentro de los espacios científico-académicos como fuera de ellos, contribuyendo a que aumente el nivel de  exigencia y preparación de nuestros docentes e investigadores.



[1] Lamo de Espinosa, Emilio. La sociedad del conocimiento información, ciencia, sabiduría: discurso de recepción del académico de número Excmo. Sr. D. Emilio Lamo de Espinosa : sesión del día 26 de octubre de 2010, Madrid. Madrid: Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, 2010, apartado 7. 
[2] No entramos a analizar  este modelo, puesto que no es el propósito del ensayo, sólo lo destacamos como alternativa a un modelo que muestra notables deficiencias.
[3] La preparación de las diferentes personas de una misma promoción es muy dispar; aprobar es fácil, aprender no lo es tanto. 

Por Marta Lizcano Barrio y Miguel Ángel de Cea Regueiro

12 de abril de 2013

Donde escasean los argumentos, prevalece el insulto


La defensa que quienes somos partidarios de la cultura libre hacemos de ésta es a menudo poco conocida y quizá más a menudo aún difícil de entender. La razón es que se basa en unos supuestos diametralmente opuestos a los que sostienen la propiedad intelectual, los derechos de autor y en general cualquier fórmula que limita el acceso al conocimiento y sostiene los privilegios y el monopolio de unos pocos en la gestión y disfrute de los productos culturales. Es decir, las fórmulas que llevan décadas predominando.  

Con la aparición y desarrollo de las nuevas tecnologías (tipo móviles, ordenadores, e-books, tablets, etc.) y de Internet, ciertas dinámicas se hacen posibles y otras quedan obsoletas. Algunos debates se abren y otros se reabren. Privilegios y derechos se ponen sobre la mesa. El número de productos culturales o informaciones de difícil acceso tiende a reducirse, al tiempo que aumenta el número total de productos culturales e informaciones existente: más y más accesible. 

Resulta razonable suponer que, ante este nuevo marco, las prácticas de 'productores', 'consumidores' e 'industria' (todos entendidos en un sentido amplio) han de revisarse. Renovarse o morir. También cabe esperar que haya complicaciones, malentendidos, choque de intereses, vacíos legales, problemas de adaptación, etc., como ocurre con cualquier cambio en todos los ámbitos de la vida social. Lo que no parece muy sensato es abandonarse a la opinión de que cualquier cambio es malo de por sí y negarse siquiera a entrar en el debate sobre las nuevas posibilidades; lo más probable es que los cambios se den, con o sin nuestro apoyo, y nosotros nos quedemos en las vías viendo como el tren se aleja. 

Claro que esto es fácil de decir cuando uno tiene mucho que ganar y poco que perder. Pero cuando perteneces al grupo que ostenta los privilegios (ya sea ideológicamente o en un sentido práctico) tendemos a convertirnos en el niño que se aferra a su balón y se niega a dejar que nadie lo toque, aunque el balón vaya a seguir siendo suyo y pronto se lo vayan a devolver. 

Para cambiar de punto de vista (ya sea en el campo de la cultura libre o en cualquier otro) es necesario cuestionarse aquello que damos por hecho. Esto es sin duda un trabajo muy difícil, ya que muchos de estos 'dar por hecho' llevan arraigados en nuestra mentalidad, individual o social, demasiado tiempo. Pero no es razón para no intentarlo. 

A uno se le cae el alma a los pies, no obstante, cuando lee artículos como el que Rafael Sánchez Aristi escribe en el blog de CEDRO. Primero, porque mete en el mismo saco a todo el mundo que ejerce una determinada conducta, asumiendo que todos ellos tienen las mismas motivaciones y objetivos (lo cual es falso hasta que se demuestre lo contrario). Segundo, porque utiliza un tono que refleja (voluntaria o involuntariamente) un enorme desprecio por los sujetos a los que se refiere, reduciendo las posibilidades de un diálogo constructivo entre las partes tan necesario en este tema. Tercero, porque contribuye (desde mi punto de vista) a mantener la falsa identificación de la cultura libre con la cultura gratuita, cuando son en realidad conceptos que pueden llegar a converger pero únicamente como efecto colateral.

Por otra parte, empieza a ser un poco aburrido el argumento de que descargarse una película es como robar un chorizo. Incluyo un vídeo bastante ilustrativo al respecto:


El artículo parece hablar de una corriente mayoritaria ("Lo que sin embargo parece haber echado raíces es la cultura de acceso gratis a los derechos de propiedad intelectual ajenos") cuando, hasta donde yo sé, poca gente (¿nadie?) dedica sus esfuerzos a pedir que la cultura (así, en general) sea gratuita. No somos monstruos que queramos condenar a la indigencia a los creadores. Tan sólo creemos que la cultura, el conocimiento en general, no puede ser un negocio con el que se forren unos pocos creando 'productos' a los que sólo puedan acceder unos pocos. No entendemos por qué tienen que vivir 'los herederos' de lo que creó un antepasado suyo o por qué siquiera un artista puede vivir del resultado de una sola  obra toda su vida. Y lo que es más: es erróneo pensar que poner un artículo, libro, película o cualquier otro texto en Internet lleve a que que nadie lo compre. Al contrario: muchos seguirán comprándolo y además, su difusión hará que esa obra tenga muchos más clientes potenciales.

Valoro enormemente la cultura, la investigación, el arte, la literatura. Compro discos, voy al cine, a museos, tengo una biblioteca con alrededor de 400 libros. También soy escritora y socióloga. Y precisamente por ello aspiro a que todo lo que he podido leer, ver y vivir esté disponible para la mayor cantidad posible de personas. A que todo aquello que escriba llegue a todo aquel que desee leerlo, pues como investigadora social creo que no podría ser de otro modo. Me consta que hay muchos como yo que defienden los nuevos modelos de financiación y distribución del conocimiento y la cultura y creo que entre todos podemos mostrar a Rafael Sánchez Aristi y quienes piensan como él que estos no van en detrimento de la calidad de las obras.

19 de marzo de 2013

El plan de empleo joven, ¿solución o continuidad?


La semana pasada el gobierno español presentó la Estrategia de Emprendimiento y Empleo Joven. Se trata de un paquete de 15 medidas de choque, 85 a medio-largo plazo y unos 3.500 millones de euros de estímulo (el 32% de esos recursos provienen del Fondo Social Europeo) para combatir la alarmante tasa de paro juvenil, que supera de manera holgada el 50%. Personalmente, creo que el plan en sí tiene muchas sombras y pocas luces.

En primer lugar, nos encontramos con estímulos y programas formativos que buscan mejorar la cualificación y animar a aquellos que abandonaron prematuramente los estudios a retomarlos. En principio esto debería mejorar la empleabilidad de los jóvenes, dado que la relación entre paro y nivel de estudios es bastante importante.

FUENTE: Elaboración propia. Datos EPA (varios años)

Hay una serie de medidas encaminadas a favorecer el emprendimiento y el autoempleo y la creación de pymes y micropymes. Algunas buscan incentivar a los jóvenes para que empiecen algo por cuenta propia a partir del subsidio por desempleo. Por ejemplo, emplear el 100% de la prestación como capital social de toda sociedad mercantil de nueva creación, o percibir el paro durante nueve meses tras darse de alta en el régimen especial de trabajadores autónomos a los menores de 30 años.

En la línea de otras promovidas por el ejecutivo desde que llegó al poder hace algo más de un año, nos encontramos con alguna medida un tanto fantasiosa. Por ejemplo, la “mejora de la financiación para los autónomos y los emprendedores”. El crédito no fluye desde el sector privado y no parece que el panorama vaya a cambiar a corto plazo, de manera que salvo que el gobierno pretenda impulsarlo desde el sector público (y no va a ocurrir) este punto no creo que sea viable.

Y por último tenemos medidas continuistas, en la línea de otras adoptadas en anteriores reformas (y que tampoco funcionaron). En este punto nos encontramos con más bonificaciones a la contratación y a la transformación de contratos temporales en indefinidos, así como ampliaciones en la tipología de contratos.

Centrar las medidas en estímulos fiscales a corto plazo y en añadir nuevos contratos no parece lo adecuado, básicamente porque uno de los mayores problemas de nuestro mercado laboral parte de ahí: la dualidad. Es lo que suele conocerse como “trabajadores de primera” y “trabajadores de segunda”: los indefinidos y los temporales. Toda reforma que aspire a reforzar nuestro mercado laboral y a mejorar la situación de nuestra población activa debe acabar con esa dualidad. Como podemos ver en la gráfica inferior, nuestro país es el segundo de toda la Unión Europea en contratación temporal.

FUENTE: Elaboración propia. Datos EUROSTAT (2.011)

En cualquier caso, lo cierto es que la tasa ha bajado bastante desde que comenzó la crisis (en el 2.006 superaba el 34%, triplicábamos la media de la UE), aunque no se debe a que esos contratos se hayan convertido en indefinidos: lo que ha ocurrido es que la mayor parte de esos trabajadores temporales se han ido a la calle. El crecimiento económico español se sustentaba en sectores de baja cualificación y de bajo valor añadido (como la construcción o el turismo) donde prima la temporalidad (y la baja productividad, ya puestos). Una tipología de contratos amplia y una legislación laxa favoreció la generalización de estos contratos incluso más allá de estos campos, cubriéndose puestos indefinidos con contratos temporales, llevando a millones de trabajadores (sobre todo jóvenes) a saltar de contrato en contrato y de puesto de trabajo en puesto de trabajo. Este modelo laboral y productivo genera un desajuste enorme entre oferta y demanda: tenemos a la generación de jóvenes más preparada sobrecualificada, empleada en actividades que requieren de un menor nivel de formación. La pérdida en capital humano es enorme (nuestros cerebros han comenzado a emigrar) y la tasa de retorno de la inversión pública en educación es mínima.

La gran mayoría de estas medidas parten de un mal diagnóstico de nuestra “enfermedad”. El problema que sufre el mercado laboral español no es coyuntural, es estructural. Cuando España atraviesa una época de vacas gordas tenemos una tasa de paro semejante a la de otras potencias europeas en recesión. Y cuando el ciclo económico desciende expulsamos trabajadores al paro a un ritmo mucho mayor que otras economías, lo cual nos lleva a tasas de desempleo tan elevadas como la que padecemos hoy o la que sufrimos a mediados de los años 1.990. Nuestro problema se encuentra en la base del mercado laboral y no en un problema puntual de demanda (aunque también influye, lógicamente), por lo que toda medida que pretenda solucionar de verdad el problema debe atajarlo de raíz y no aplicar un parche sobre otro. 

El desempleo estructural, que es aquel que se debe a un desajuste entre la oferta y la demanda de trabajo, es el principal lastre que arrastra nuestro sistema económico. Debemos impulsar una reforma estructural en nuestro mercado laboral y en nuestro modelo productivo, y debe partir de una simplificación en la tipología de contratos, una mayor inversión en ciencia y tecnología y el abandono del modelo PYME y MICROPYME para favorecer la expansión y la creación de empresas de mayor tamaño en sectores de mayor productividad y competitividad. La idea es reforzar nuestra estructura económica, ya que de lo contrario en el futuro al mínimo vaivén volveremos a generar una espiral de paro, déficit y desigualdad social. Por no hablar de las dificultadas que suponen estos modelos para logran un crecimiento económico sostenido, estable, y no sujeto a procesos de inflación de activos (como nuestra burbuja inmobiliaria). Debemos aprender de nuestros errores. O, mejor dicho, el gobierno debe aprender de los suyos.


1 de marzo de 2013

El déficit español, ¿por debajo del 7%?


Uno de los mayores “logros” del gobierno español, de acuerdo con lo que pudimos escuchar la semana pasada en el debate sobre el estado de la nación, fue una nada desdeñable reducción en el déficit público, que cerraría el año 2.012 en torno al 7% del PIB. Sin embargo, ¿qué tiene de real esa cifra?


Los datos publicados por la Comisión Europea nos muestran un resultado bien distinto: la cifra de déficit se eleva hasta el 10,2%. ¿De dónde salen esos más de 3 puntos de diferencia? Muy sencillo, de una pequeña trampa contable: el gobierno no ha computado el impacto del rescate financiero, tal y como aseguran desde Bruselas. La cifra dada por el ejecutivo, no obstante, deberá ser estudiada por Eurostat, aunque todo hace presagiar que el dato real se situará por encima del 7%.


De cualquier modo, aún descontando esos 3 puntos, España no ha cumplido con el objetivo de déficit fijado por Bruselas en el 6,3% del PIB. Cumplir con las metas marcadas por Europa era una de las mayores promesas del Partido Popular. Por descontado, hay que tener en cuenta que ese objetivo ha sido modificado en dos ocasiones; cuando llegó Rajoy a la Moncloa estaba en el 4,4%, y subir ese listón traía como condición un importante paquete de medidas: recortes, subida del IVA, supresión de una paga extra a funcionarios…

Ahora que seguimos a la deriva y se confirma ese desvío en el camino marcado hacia la consolidación fiscal, cabe preguntarse: ¿habrá más ajustes durante el año 2.013? De momento nos encontramos con el silencio por respuesta.